viernes, 19 de febrero de 2010

Nebulosa del Cangrejo



Telescopio espacial Hubble.

LA SOCIEDAD DEL ESPECTÁCULO. Guy Debord

158
El espectáculo, como organización social establecida de la parálisis de la historia y de la memoria, del abandono de la historia erigido sobre la base del propio tiempo histórico, es la falsa conciencia del tiempo.

martes, 16 de febrero de 2010

Fotos de la erupción del Volcán San Juán en La Palma, 1949. Canarias.














Fondo Fotográfico de La Fundación para la Etnografía y el Desarrollo de la Artesanía Canaria.

Fotos realizadas por Adalberto Benítez Tugones y Manuel Rodríguez Quintero

viernes, 12 de febrero de 2010

Judith Butler. Críticamente subversiva.

Una molestia invertida

El término queer surge como una interpelación que plantea la cuestión de la fuerza y de la oposición, de la estabilidad y la variabilidad en el seno de la performatividad. Este término ha operado como una práctica lingüística cuyo propósito ha sido el de la degradación del sujeto al que se refiere o, más bien, la constitución de ese sujeto mediante esse apelativo degradante. Queer adquiere todo su poder precisamente a través de la invocación reiterada que lo relaciona con acusaciones, patologías e insultos. Se trata de una invocación a través de la cual se ha ido estableciendo un vínculo entre comunidades homofóbicas. Esta interpelación se hace eco de otras interpelaciones pasadas y una a todos los hablantes como si éstos hablaran al unísono a través del tiempo. Se trata de un coro imaginario que increpa “¡marica!”.¿Hasta qué punto, entonces, ha intervenido el performativo queer, codo con codo con el “yo os declaro”, como una deformación de lo performativo de la ceremonia nupcial? Si la expresión performativa actúa como ratificación que efectúa la heterosexualización del enlace social, quizás también entra en juego precisamente como el tabú degradante que “convierte en raros” a todos aquellos que se resisten o que se oponen al orden social, así como también a aquellos que lo ocupan sin el consenso social hegemónico.
A propósito de lo anterior, recordemos que las reiteraciones no son simplemente réplicas. Y el “acto” mediante el cual un nombre autoriza o desautoriza un conjunto de relaciones sociales es, necesariamente, una repetición. Por el momento, citaré a Derrida:

Un enunciado performativo ¿podría ser un éxito si su formulación no repitiera un enunciado “codificado” o iterable, en otras palabras, si la fórmula que enuncio para abrir una sesión, botar un barco o proclamar un matrimonio no fuera identificable como conforme a un modelo iterable, si por lo tanto no fuera identificable de alguna manera como “cita”? En esta tipología, la categoría de intención no desaparecerá, tendrá su lugar, pero desde ese lugar no podrá ya gobernar toda la escena y todo el sistema de enunciación” (pag. 18)

Si un enunciado performativo tiene éxito eventualmente (y me refiero al “éxito” como algo única y exclusivamente eventual), no se debe al hecho de que una intención gobierne con éxito la acción del discurso, sino a que esa acción es el eco de una acción anterior y acumula el poder de la autoridad a través de la repetición o cita de un conjunto de prácticas autoritarias precedentes. Esto significa, por consiguiente, que un enunciado performativo “funciona” hasta el punto de que encubre y recurre a las convenciones constitutivas que lo activan. En este sentido, no hay término o afirmación que pueda intervenir de manera performativa sin la historicidad del poder, una historicidad que se acumula y que se oculta.
Esta teoría de la performatividad implica que el discurso tiene una historia[1] que no solamente precede sino que condiciona sus usos contemporáneos, y que esta historia, por su parte, descentraliza la idea presentista del sujeto como origen y como propietario de aquello que dice[2]. Desde esta perspectiva, los términos que no obstante reivindicamos, y a través de los cuales insistimos en politizar la identidad y el deseo, a menudo requieren una inversión respecto a esta historicidad constitutiva. En consecuencia, todos aquellos que hemos puesto en duda las premisas presentistas de las categorías contemporáneas de la identidad somos acusados de despolitizar la teoría. Y, sin embargo, si la crítica genealógica del sujeto consiste en cuestionar las relaciones de poder excluyentes y constitutivas mediante las cuales se forman los fundamentos de los discursos contemporáneos, resulta que la crítica del sujeto queer es fundamental para la democratización constante de las políticas queer. Si bien es cierto que necesitamos términos identitarios, y debemos defender el “salir del armario”, estas nociones deben someteerse a una crítica de las operaciones excluyentes de su propia producción: ¿quiénes han tenido la oportunidad histórica de “salir” y se lo han podido permitir?, ¿a quién representa y a quién excluye el término y con qué acepción?, ¿acaso tiene la reivindicación universal del término “salir del armario” una connotación de clase que no está explícita?, ¿para quién presenta el término un conflicto insoluble entre afiliación racial, étnica o religiosa y política sexual?, ¿cuáles son los usos determinados del término que autorizan ciertas políticas y que suprimen o dejan a otras en un segundo plano? ¿cuáles son esas políticas? En este sentido, la crítica genealógica del sujeto queer será fundamental para la política queer en la medida en que constituye una dimensión autocrítica dentro del activismo, un llamamiento constante a que tengamos en cuenta el poder excluyente de una de las premisas contemporáneas más preciadas del activismo.
Si bien es necesario hacer reivindicaciones políticas recurriendo a las categorías de identidad y exigir el poder de nombrarse a uno mismo y de determinar las condiciones bajo las cuales se usa nuestro nombre, es también imposible mantener ese tipo de dominio sobre la trayectoria de esas categorías dentro del discurso. No pretendo poner en entredicho el uso de las categorías de identidad, pero cabe recordar el riesgo que comportan estas prácticas. La exspectativa de autodeterminación que suscita la autodeterminación diverge paradójicamente de la historicidad del término, puesto que la historia de los usos del mismo nunca se ha podido controlar. Sin embargo, esta historia delimita el uso de lo que ahora es símbolo de autonomía. Los futuros intentos de utilización del término en contra de sus usos actuales sobrepasarán el control de aquellos que quieren determinar el curso de los términos en el presente.
Si la palabra queer debe ser un lugar de contienda colectiva, un punto de partida para una serie de reflexiones históricas e imágenes futuras, deberá permanecer ese término que, en la actualidad, nadie posee del todo, y que debe ser constantemente resistematizado, distorsionado, desviado de usos anteriores y dirigido hacia apremiantes objetivos políticos en expansión. Quizás también deberá ser abandonado en favor de términos que lleven a cabo la acción política de manera más efectiva. Ese abandono sea tal vez necesario para poder acomodar, sin domesticarlas, las críticas democratizantes que han reconfigurado y reconfigurarán los contornos del movimiento de una forma que todavía no podemos prever con exactitud.
Puede ocurrir que la presunción de autonomía que se halla en la idea de autodeterminación sea el paradigma de la presunción presentista. Me refiero al convencimiento de que hay alguien que llega al mundo, al discurso, sin una historia y que ese alguien se constituye a sí mismo dentro de la magia del nombre y a través de esta magia. Se trata de la confianza en que el lenguaje expresa una “voluntad” y una “elección” en lugar de una compleja y constitutiva historia del discurso y del poder, la cual conforma los rrecursos invariablemente ambiguos a través de los cuales se forja y se reelabora una capacidad de actuar que es queer y nos hace queer. Por lo tanto, replantear la intervención queer en esta cadena de historicidad significa entonces reconocer un conjunto de coerciones sobre el pasado y sobre el futuro que inmediatamente delimitan tanto la capacidad de actuación como aquellas condiciones que más la posibilitan.
A pesar de ser un término amplio, queer se utiliza de tal forma que fortalece una serie de divisiones que se solapan. En algunos contextos, se refiere a una generación de jóvenes que se resiste a las políticas más institucionalizadas y reformistas que designan los términos “lesbiana” y “gay”; en otros ámbitos, a veces los mismos, ha designado un movimiento compuesto predominantemente por blancos que no ha abordado del todo la manera en que queer entra –o no entra- en juego dentro de las comunidades no blancas. Mientras que en algunas instancias el vocablo ha movilizado el activismo lesbiano (Smyth), en otras representa una falsa unidad entre hombres y mujeres. De hecho, podría ocurrir que la crítica del término haga resurgir movilizaciones tanto feministas como antirracistas en el seno de las políticas gays y lesbianas, o que abra nuevas posibilidades de coaliciones que no dan por sentado que estos grupos sean radicalmente diferentes unos de otros. El término se modificará, se descartará o se considerará obsoleto hasta que ceda a las instancias que se resisten al mismo, precisamente a causa de las exclusiones que lo activan.
Así como no nos sentimos responsables de aquellas palabras que tienen una carga socialmente ofensiva, no podemos tampoco crear de la nada los términos políticos que representen nuestra “libertad”. Y, sin embargo, no deja de ser necesario elaborarlos y volverlos a elaborar en el seno del discurso político.
En este sentido, sigue siendo necesario desde el punto de vista político reivindicar palabras como “mujeres”, “marica”, “gay” y “lesbiana”, precisamente en virtud de cómo éstas, por así decirlo, nos definen antes de que tengamos plena conciencia de ello. La reivindicación de estos términos a la inversa será necesaria para refutar usos homofóbicos de los mismos en los ámbitos de la ley, las políticas sociales, la calle y la vida “privada”. Pero la necesidad de activar “el error necesario” de la identidad (según la terminología de Spivak) siempre entrará en conflicto con la crítica democrática del vocablo que interviene en contra de sus usos en regímenes discursivos racistas y misóginos. Si las políticas queer son independientes de estas otras modalidades de poder, perderán toda su fuerza democratizante. La deconstrucción política de lo “invertido” no debería paralizar el uso de estos términos. Sería ideal que extendiera sus límites para así ayudarnos a considerar a qué precio y con qué objetivo se utilizan, y mediante qué relaciones de poder se han forjado esas categorías.
Una reciente teoría sobre la raza ha subrayado que “raza” se ha usado al servicio del “racismo” y ha propuesto una investigación con una base política sobre el proceso de racialización, la formación de la raza (Omi y Winant 1986; Appiah 1986; Guillaumin 1988; Lloyd 1991). Dicha investigación no suprime o prohibe el término, aunque sí insiste en que indagar en la formación del concepto va estrictamente ligado al problema contemporáneo de entender qué es lo que esta palabra puede desencadenar. Esta reflexión sirve también para los estudios queer, dde manera que “queering” puede indicar una investigación sobre: a) la formación ded las homosexualidades (una investigación histórica que no puede dar por supuesta la estabilidad del término, a pesar de las presiones políticas que existen en ese sentido) y b) el poder deformativo y distorsionador que la expresión posee en la actualidad. En el centro de esta historia se hallará la formación diferencial de la homosexualidad más allá de las esferas raciales, incluyendo las formas en que las relaciones raciales y reproductivas se articulan mutuamente.
Si afirmamos que la identidad es un error necesario, entonces también podemos decir que queer es sin duda necesario, pero esa afirmación describirá solamente una parte de la “política”. Es igualmente necesario, y quizás también igualmente posible, afirmar la contingencia del término: dejar que lo conquisten aquellos que son excluidos por el mismo, pero que con toda legitimidad esperan poder ser representados por él; dejar que adquiera significados que ahora mismo no puede vaticinar una joven generación cuyo vocabulario político puede tener implicaciones muy diferentes. En efecto, la palabra queer en sí misma ha sido precisamente una representación discursiva del activismo de las lesbianas y los gays más jóvenes y, en otros contextos, de algunas intervenciones de las lesbianas, e incluso en otros ámbitos, de las reivindicaciones de aquellas personas bisexuales y heterosexuales para quienes el vocablo representa una afiliación con las políticas antihomofóbicas. El hecho de que queer pueda convertirse en un emplazamiento discursivo cuyos usos no están totalmente predeterminados ddebería ser una de las características a salvaguardar no sólo para poder continuar democratizando las políticas queer, sino también para exponer, afirmar y reelaborar la historicidad específica del término.

[1] Esta historicidad del discurso se refiere a la manera en que la historia constituye el discurso en sí. No se trata simplemente de que los discursos se hallen localizados en historias, sino que tienen su propio carácter constitutivo. Historicidad es un término que implica directamente el carácter constitutivo de la historia en las prácticas discursivas, es decir, una condición en la cual una “práctica” no puede existir aparte de la sedimentación de convenciones mediante las cuales se produce y se puede interpretar.
[2] Sostengo que una investigación es presentista cuando a) universaliza una serie de presupuestos independientemente de las trabas históricas y culturales a las que se pueda enfrentar dicha universalización, o cuando b) toma un grupo dedterminado de términos y los universaliza erróneamente. Puede ocurrir que en un caso determinado los dos gestos resulten ser el mismo. Sería, no obstante, un error declarar que todo el lenguaje conceptual o filosófico es “presentista”, una afirmación que equivaldría a hacer que toda la filosofía se convirtiera en historia. Entiendo la noción foucaultiana de “genealogía” como un ejercicio específicamente filosófico que expone y traza la instalación y la actuación de falsos universales. Agradezco a Mary Poovey y a Joan W. Scott que me hayan explicado este concepto.
Judith Butler, Críticamente subversiva. Mérida Jiménez, Rafael M.(ed.), Sexualidades Transgresoras. Una antología de estudios queer, Editorial Icaria, Barcelona, 2002, pp:57-63

sábado, 6 de febrero de 2010

Sobre la miseria de la vida estudiantil considerada bajo sus aspectos económico, político, psicológico, sexual e intelectual.

Podemos afirmar sin gran riesgo de equivocarnos, que tras el policía y el sacerdote, el estudiante es en Francia el ser más universalmente despreciado. Si las razones por las que se le desprecia son a menudo falsas y revelan la ideología dominante, las razones por las que efectivamente es despreciable y despreciado desde el punto de vista de la critica revolucionaria, son rechazadas e inconfesadas. Sin embargo, los poseedores de la falsa contestación saben reconocerlas y reconocerse. Transforman este verdadero desprecio en una admiración complaciente. De este modo, la impotente intelligentzia de la izquierda (desde Les Temps Modernes a L'Exprés) se queda pasmada ante la pretendida "ascensión de los estudiantes", y las organizaciones burocráticas declinantes en la práctica (desde el Partido Comunista a la UNEF) se disputan celosamente su apoyo "moral y material". Mostraremos las razones de este interés por los estudiantes y cómo las ya nombradas organizaciones participan positivamente de la realidad dominante del capitalismo superdesarrollado, y utilizaremos este folleto para denunciarlas una a una: la desalienación no sigue otro camino que el de la alienación.
Todos los análisis y estudios realizados sobre el medio estudiantil, hasta el momento, han olvidado lo esencial. Nunca sobrepasan el punto de vista de las especializaciones universitarias (psicología, sociología, economía), y por consiguiente son fundamentalmente erróneos. Todos ellos cometen lo que Fourier llamaba ya una ligereza metódica "puesto que regularmente afecta a las cuestiones primordiales", ignorando el punto de vista total de la sociedad moderna. El fetichismo de los hechos enmascara la categoría esencial, y los detalles hacen olvidar la totalidad. Se dice todo sobre esta sociedad, salvo lo que es en realidad: comerciante y aparatosa. Los sociólogos Bourderon y Passedieu, en su investigación Los Herederos: los estudiantes y la cultura, permanecen desarmados ante algunas verdades parciales que han acabado por apoyar. Y, a pesar de toda su buena voluntad, caen de nuevo en la moral de los profesores, la inevitable ética kantiana de una democratización real por una racionalización real del sistema de enseñanza, es decir de la enseñanza del sistema. Mientras que sus discípulos, los Kravetz [1], se creen millares, compensan su amargura pequeño-burócrata por el confusionismo de una fraseología revolucionaria desacostumbrada.
La puesta en escena [2] de la reificación bajo el capitalismo moderno impone a cada uno un papel en la pasividad generalizada. El estudiante no escapa a esta ley. Se trata de un papel provisional que lo prepara para el papel definitivo que asumirá, como elemento positivo y conservador, en el funcionamiento del sistema mercantil. No es más que una iniciación.
Esta iniciación encuentra de nuevo, mágicamente, todas las características de la iniciación mítica. Permanece totalmente separada de la realidad histórica, individual y social. El estudiante es un ser dividido entre un estatuto presente y un estatuto futuro netamente separados, y cuyo límite va a ser mecánicamente traspasado. Su conciencia esquizofrénica le permite aislarse en una "sociedad de iniciación", ignora su futuro y se maravilla de la unidad mística que le ofrece un presente al abrigo de la historia. El motivo de cambio de la verdad oficial, es decir, económica, es muy fácil de desenmascarar: resulta duro mirar de frente la realidad estudiantil. En una "sociedad de abundancia", el status actual del estudiante es la pobreza extrema. Originarios en un 80 % de capas cuya renta es superior a la de un obrero, el 90 % de ellos disponen de una renta inferior a la del más simple asalariado. La miseria del estudiante está más allá de la miseria de la sociedad del espectáculo, de la nueva miseria del nuevo proletariado. En un tiempo en que una parte creciente de la juventud se libera cada vez más de prejuicios morales y de la autoridad familiar para entrar lo antes posible en las relaciones de explotación abierta, el estudiante se mantiene a todos los niveles en una "'minoría prolongada", irresponsable y dócil. Si bien su tardía crisis juvenil lo enfrenta un poco a su familia, acepta sin dificultades ser tratado como un niño en las diversas instituciones que rigen su vida cotidiana [3].
La colonización de los diversos sectores de la práctica social no hace más que encontrar en el mundo estudiantil su expresión más injusta. La proyección sobre los estudiantes de toda la mala conciencia social, enmascara la miseria y la servidumbre de todos.
Pero las razones en que se basa nuestro desprecio por el estudiante son de otro tipo. Estas no conciernen solamente a su miseria real sino a su complacencia hacia todas las miserias, su propensión enfermiza a consumir devotamente la alienación, con la esperanza, ante la falta de interés general, de satisfacer su carencia particular. Las exigencias del capitalismo moderno hacen que la mayor parte de los estudiantes sean simplemente cuadros inferiores (es decir, el equivalente de lo que en el siglo XIX era la función del obrero calificados) [4]. Ante el carácter miserable, fácil de presentir, de este futuro más o menos próximo que lo "resarcirá" de la vergonzosa miseria del presente, el estudiante prefiere volverse hacia su presente y decorarlo con encantos ilusorios. La misma compensación es demasiado lamentable como para que atraiga; los días que sigan no serán alegres y, fatalmente, se sumergirán en la mediocridad. Por ello se refugia en un presente vivido irrealmente.
Esclavo estoico, el estudiante se cree tanto más libre cuanto más lo ligan las cadenas de la autoridad. Al igual que su nueva familia, la Universidad, se tiene por el ser social más "autónomo" mientras que representa, directa y conjuntamente los dos sistemas más poderosos de la autoridad social: la familia y el Estado. Él es su hijo sometido y agradecido. Siguiendo la misma lógica del hijo sumiso, participa de todos los valores y mitificaciones del sistema, y los concreta en sí mismo. Lo que eran ilusiones impuestas a los empleados, se convierte en ideología interiorizada y conducida por la masa de futuros pequeños cuadros.
Si la antigua miseria social ha producido los mayores sistemas de compensación de la historia (las religiones), la miseria marginal estudiantil no ha encontrado consuelo más que en las imágenes más desfiguradas de la sociedad dominante, la repetición burlesca de todos sus productos alienados.
El estudiante francés, en su calidad de ser ideológico, llega demasiado tarde a todo. Todos los valores e ilusiones que constituyen el orgullo de su mundo cerrado, están ya condenados en tanto que ilusiones insostenibles, desde hace mucho tiempo ridiculizadas por la historia.
Recogiendo unas migajas de prestigio de la Universidad, el estudiante todavía está contento de ser estudiante. Demasiado tarde. La enseñanza mecánica y especializada que recibe está tan profundamente degradada (en relación al antiguo nivel de la cultura burguesa) [5] como su propio nivel intelectual en el momento en que accede a ella, con la particularidad de que la realidad que domina todo esto, el sistema económico, reclama una fabricación masiva de estudiantes incultos e incapaces de pensar. El estudiante ignora que la Universidad se haya convertido en una organización -institucional- de la ignorancia, que la "alta cultura" se disuelva al ritmo de la producción en serie de los profesores, que todos los profesores sean cretinos, los cuales en su mayoría provocarían el escándalo de los alumnos de cualquier colegio; él continúa escuchando respetuosamente a sus maestros, con la voluntad consciente de perder todo espíritu crítico a fin de comulgar mejor de la ilusión mística de haberse convertido en un "estudiante", alguien que se ocupa seriamente de adquirir un saber serio, con la esperanza de que eso le confiará las verdades últimas. Es una menopausia del espíritu. Todo lo que sucede hoy en los anfiteatros de las escuelas y facultades será condenado en la futura sociedad revolucionaria como alboroto, socialmente nocivo. En la actualidad, el estudiante hace reír.
El estudiante no se da cuenta de que la historia altera su irrisorio mundo "cerrado". La famosa "crisis de la Universidad" parte de una crisis más general del capitalismo moderno; sigue siendo el objeto de un diálogo de sordos entre diferentes especialistas. Dicha crisis traduce simplemente las dificultades de un ajuste tardío de este sector especial de la producción a una transformación de conjunto del aparato productivo. Los residuos de la vieja ideología de la Universidad liberal burguesa pierden importancia en el momento en que desaparece su base social. La Universidad ha podido disfrutar de un poder autónomo en la época del capitalismo librecambista y de su Estado liberal, que le dejaba una cierta. libertad marginal. De hecho, dependía estrechamente de las necesidades de este tipo de sociedad: dar a la minoría privilegiada que estudiaba la cultura general adecuada, antes de que alcanzara las filas de la clase dirigente de la que apenas habla salido. De ahí el ridículo de los profesores nostálgicos [6], amargados por haber perdido su antigua función de perros guardianes de los futuros amos por esa otra, mucho menos noble, de perros de pastor, siguiendo las necesidades planificadas del sistema económico, guiando las hornadas de "cuellos blancos" hacia sus fábricas y oficinas respectivas. Son ellos quienes oponen sus arcaísmos a la tecnocratización de la Universidad y continúan suministrando imperturbablemente las sobras de una cultura llamada general a futuros especialistas que no sabrán que hacer con ella.
Más serios, y por consiguiente más peligrosos, son los modernistas de la izquierda y los de la UNEF, dirigidos por los "ultras" de la FGEL, que reivindican una "reforma de estructuras en la Universidad", una "reinserción de la Universidad en la vida social y económica", es decir, su adaptación a las necesidades del capitalismo moderno. Las diversas facultades y escuelas, todavía adornadas de ilusiones anacrónicas, son transformadas de dispensadores de la "cultura general" a la medida de las clases dirigentes en fábricas de enseñanza rápida de cuadros inferiores y de cuadros medios. Lejos de oponerse a este proceso histórico que subordina directamente uno de los últimos sectores relativamente autónomos de la vida social a las exigencias del sistema mercantil, nuestros progresistas protestan contra los retrasos y desfallecimientos que sufre su realización. Son los defensores de la futura Universidad cibernetizada que ya se anuncia aquí y allí [7]. El sistema mercantil y sus modernos servidores, he aquí al enemigo.
Pero es normal que todo debate pase por encima de la cabeza del estudiante, en el cielo de sus maestros, y se le escape totalmente: se le escapa el conjunto de su vida, y, a fortiori de la vida.
Debido a su situación económica de extrema pobreza, el estudiante está condenado a un cierto modo de supervivencia muy poco envidiable. Pero, siempre contento con su papel, convierte su trivial miseria en "estilo de vida" original: el miserabilismo y la bohemia. Ahora bien, la "bohemia", lejos ya de ser una solución original, nunca es vivida auténticamente sin haber roto de forma completa e irreversible con el medio universitario. Sus partidarios entre los estudiantes (y todos se jactan de serlo un poco) no hacen más que aferrarse a una versión artificial y degradada de lo que, en el mejor de los casos, no es más que una mediocre solución individual. Merecen hasta el desprecio de las ancianas del campo. Estos "originales", treinta años después de W. Reich [8] ese excelente educador de la juventud, continúan teniendo los comportamientos erótico-amorosos más tradicionales, reproduciendo las relaciones generales de la sociedad de clases en sus relaciones intersexuales. La aptitud del estudiante para hacer un militante de cada uno, se ve frustrada por su impotencia para ello. En el margen de libertad individual permitido por el espectáculo totalitario, y a pesar de su utilización más o menos libre del tiempo, el estudiante ignora todavía la aventura y prefiere un espacio-tiempo cotidiano restringido, adaptado a él por las barreras del propio espectáculo.
Sin estar obligado, separa de sí mismo trabajo y ocio, proclamando un hipócrita desprecio por los "empollones" y los "animales de competición". Aprueba todas las separaciones y, a continuación va a gemir en los diversos "círculos" religiosos, deportivos, políticos o sindicales, sobre la incomunicación. Es tan estúpido y desgraciado que incluso llega a confiarse espontáneamente y en masa al control parapolicial de psiquiatras y psicólogos, colocados donde están por la vanguardia de la opresión moderna, y por consiguiente felicitados por sus "representantes" que, naturalmente, ven en esos "Bureaux d'Aide Psychologique Universitaire" (BAPU) (Centros de ayuda psicológica universitaria), una conquista indispensable y merecida [9].
Pero la miseria real de la vida cotidiana estudiantil, encuentra su compensación inmediata, fantástica, en su principal opio: la mercancía cultural. En el espectáculo cultural, el estudiante encuentra de forma natural su lugar de discípulo respetuoso. Cercano a su lugar de producción sin nunca tener acceso a él -el Santuario le está prohibido- el estudiante descubre la "cultura moderna" como espectador-admirador. En una época en que el arte está muerto, el estudiante continúa asistiendo con fiel asiduidad a los teatros y cine-clubs, y sigue siendo el más ávido consumidor de su cadáver congelado y distribuido bajo celofán en los supermercados, por los guardianes de la abundancia. Participa sin reserva, sin segundas intenciones y sin alejamiento. Es su elemento natural. Si las "casas de cultura" no existieran, el estudiante las habría inventado. Este verifica perfectamente los análisis más banales de la sociología americana del marketing: consumo ostentatorio, establecimiento de una diferenciación publicitaria entre productos idénticos en la nulidad (Pérec o Robbe-Grillet; Godard o Lelouch).
Desde que los "dioses" que producen u organizan su espectáculo cultural se encarnan en escena, él es su principal público, su fiel soñador. De este modo, asiste en masa a sus demostraciones más obscenas; qué otro que no sea él llenaría las salas cuando, por ejemplo, los curas de las diferentes iglesias exponen públicamente sus diálogos sin límites (semanas del pensamiento llamado marxista, reuniones de intelectuales católicos) o cuando las ruinas de la literatura vienen a constatar su impotencia.
Incapaz de pasiones reales, disfruta con polémicas desapasionadas entre las "vedettes" de la Inteligencia, sobre falsos problemas cuya función es enmascarar los verdaderos: Althusser - Garaudy Sartre - Barthes - Picard - Lefebvre - Lévi-Strauss - Halliday - Chatelet - Antoine. Humanismo - Existencialismo - Estructuralismo - Cientifismo - Nuevo Criticismo - Dialéctico-naturalismo - Cibernetismo - Planetismo - Meta-filosofismo.
En su aplicación, ese estúpido se cree vanguardia porque ha visto el último Godard, comprado el último libro argumentista [10]" o participado en el último "happening" de Lapassade. Ese ignorante toma por novedades "revolucionarias", garantizadas por "label"*, los más pálidos "ersatz" de antiguas investigaciones, efectivamente importantes en su tiempo, edulcorados con la idea de negocio. La cuestión es preservar siempre su standing cultural. El estudiante está orgulloso de comprar, como todo el mundo, las reediciones en libros de bolsillo de una serie de textos importantes y difíciles que la "cultura de masas" difunde a un ritmo acelerado [11]. Solamente que no sabe leer. Se contenta con consumirlos con la mirada.
* label: marca que ponen ciertos sindicatos en los trabajos de sus afiliados.
Su lectura preferida sigue siendo la prensa especializada que orquesta el consumo delirante de los "gadgets" culturales; acepta dócilmente sus ukases* publicitarios y hace la referencia-standard de sus gustos. L'Express y L'Observateur hacen todavía sus delicias, o bien cree que Le Monde, cuyo estilo es ya demasiado difícil para él, es verdaderamente un diario "objetivo" que refleja la actualidad. Para profundizar sus conocimientos generales, se empapa de Planète, la revista mágica que quita las arrugas y puntos negros de las viejas ideas. Con tales guías, cree participar en el mundo moderno e iniciarse en política.
* ucase o ukase: orden gubernativa injusta y tiránica que tiene su origen en el zarismo.
El estudiante, más que en ningún otro estamento, está contento de estar politizado. Sin embargo, ignora que participa a través del mismo espectáculo. De este modo se apropia de los miserables y ridículos restos de una izquierda que fue aniquilada hace más de cuarenta años, por el reformismo "socialista" y por la contra-revolución stalinista. Todo esto todavía lo ignora, mientras que el Poder lo sabe claramente y la clase obrera de un modo confuso. Participa, con una débil arrogancia, en las manifestaciones más irrisorias que no lo atraen más que a él. La falsa conciencia política se encuentra en él en estado puro, y el estudiante constituye la base ideal para las manipulaciones de burócratas fantasmas de organizaciones moribundas (desde el Partido llamado Comunista a la UNEF). Estas programan totalitariamente sus opciones políticas; toda marginación o intento de "independencia" vuelve dócilmente, tras una parodia de resistencia, al orden que ni un solo instante ha sido puesto en cuestión [12]. Cuando cree ir más allá -como esos que, por una verdadera enfermedad de inversión publicitaria se nombran JCR, cuando no son ni jóvenes, ni comunistas, ni revolucionarios-, es para adherirse a palabras de orden pontifical: Paz en Vietnam.
El estudiante está orgulloso de oponerse a los arcaísmos" de un de Gaulle, pero no comprende que lo hace en nombre de errores del pasado, de crímenes ya fríos (como el stalinismo en la época de Togliatti, Garaudy, Kruchtchev, Mao) y que de este modo su juventud es todavía más arcaica que el poder, que dispone efectivamente de todo lo necesario para administrar una sociedad moderna.
Pero el estudiante no es un arcaísmo cercano. Se cree obligado a tener ideas generales sobre todo, concepciones coherentes del mundo que den un sentido a su necesidad de agitación y promiscuidad asexuada. Burlado por las últimas febrilidades de las iglesias, se arroja sobre la antigüedad de las antiguallas para adorar la hedionda carroña de Dios y acercarse a los restos descompuestos de religiones prehistóricas que cree dignas de él y de su tiempo. Apenas se osa señalarlo pero, el medio estudiantil, junto con el de las ancianas de provincias, es el sector donde se mantiene la mayor dosis de religión profesada, y sigue siendo todavía la mejor "tierra de misión" (mientras que, en todos los otros sectores se ha eliminado o expulsado a los curas), donde los sacerdotes-estudiantes continúan sodomizando, sin esconderse, a millares de estudiantes con sus diarreas espirituales.
Ciertamente, entre los estudiantes, hay algunos con un nivel intelectual suficiente. Estos dominan sin esfuerzo los miserables controles de capacidad previstos por los mediocres, y los dominan perfectamente porque han comprendido el sistema, porque lo desprecian y se saben sus enemigos. Toman del sistema de estudios lo que tiene de mejor: las becas. Aprovechando los fallos del control, cuya propia lógica obliga actualmente y aquí, a resguardar un sector puramente intelectual, la "investigación", van a llevar tranquilamente la confusión al más alto nivel. Su desprecio manifiesto respecto al sistema va parejo con la lucidez que les permite ser más fuertes que los sirvientes del sistema y, principalmente, en el terreno intelectual. Estos de quienes hablamos, figuran ya entre los teóricos del movimiento revolucionario que se aproxima. No esconden a nadie que lo que toman tan fácilmente del "sistema de estudios" es utilizado para su destrucción. Esto es así ya que, el estudiante no puede rebelarse contra nada sin rebelarse contra sus estudios, y la necesidad de esta rebelión se hace sentir menos naturalmente que en el obrero, que se rebela espontáneamente contra su condición. Pero el estudiante es un producto de la sociedad moderna, al mismo nivel que Godard o la Coca-Cola. Su extrema alienación no puede ser negada más que por la negación de toda la sociedad. Esta crítica no puede hacerse, de ningún modo, sobre el terreno estudiantil: el estudiante, como tal, se atribuye un pseudo-valor que le prohíbe tomar conciencia de su desposesión real y, de esta forma, permanece lleno de falsa conciencia. Pero, en todas partes donde la sociedad moderna empieza a ser contestada, se dan rebeliones de la juventud que corresponden a una crítica total del comportamiento estudiantil.

Notas
1. Mare Kravetz, conoció una cierta notoriedad en los medios dirigentes de la UNEF; elegante parlamentario, cometió el error de arriesgarse en la "investigación teórica": en 1964 publica en Les Temps Modernes una apología del sindicalisrno estudiantil que denuncia al año siguiente en el mismo periódico.
2. Ni qué decir tiene que los conceptos espectáculo, papel, etc. los empleamos en el sentido situacionista.
3. Cuando no se le caga en la boca se le mea en el culo.
4. Pero sin la conciencia revolucionaria; el obrero no tenía la ilusión de la promoción.
5. No nos referimos al de la Escuela Normal Superior o al de los sorbonistas, sino al de los enciclopedistas o al de Hegel.
6. No atreviéndose a alienarse con el liberalismo filisteo, se inventan referencias a las inmunes universidades de la edad media, época de la "democracia de la no-libertad".
7. Cf. Internationale Situationniste, n.º 9. Correspondance avec un cybernéticien, y el opúsculo situacionista La tortue dans la vitrina, contra el neo-profesor A. Moles.
8. Ver La lucha sexual de los jóvenes y La función del orgasmo.
9. Con el resto de la población es necesario emplear la camisa de fuerza para hacerlo comparecer ante el psiquiatra en su acogedora fortaleza. Con el estudiante, es suficiente con hacerle saber que han sido abiertas avanzadas de control en el ghetto: se precipita al lugar donde se distribuyen números de visita.
10. Sobre el "gang" argumentista y la desaparición de su órgano, ver el opúsculo Aux poubelles de I'Histoire, difundido por la Internationale Situationniste en 1963.
11. A este efecto no se puede recomendar demasiado la solución -ya practicada por los más inteligentes- que consiste en robarlos.
12. Cf.: Las últimas aventuras entre la UEC y sus homólogos cristianos con sus respectivas jerarquías, demuestran que la única unidad entre todos ellos, reside en su sumisión incondicional a sus maestros.
Transcripción íntegra de la traducción de Carme López (Barcelona, Icaria, 1977) del texto publicado por UNEF, Strasbourg 1966. Publicado primero en 1966 en la Universidad de Estrasburgo por estudiantes y miembros de la I.S. Extraído del Archivo Situacionista. Completo: http://www.sindominio.net/ash/miseria.htm

El día que murió Maruja Mallo













Afortunados los madrileños que pueden visitar la exposición y ver "Antro de fósiles".